Se encontraba caminando por las calles del Zócalo de la ciudad, vestía un traje de poliéster que se había encontrado en un mercado de pulgas - tan solo 50 pesos, una verdadera ganga-, no le importaba, lucía bien, lo sabía.
De vez en vez realizaba esta actividad, caminar sin un rumbo fijo por las calles del centro, admiraba los edificios, se sonreía a si mismo, observaba el ir y venir de las personas; aquel gran ejecutivo del Banco Central, el turista con su gran mochila a cuestas, la vendedora de pepitas y demás personajes que le daban esa sensación tan grata a la ciudad.
Doblaba la esquina, cuando de pronto la vío; era ella, lo sabía, hacia tanto tiempo que no sabía de ella que casi había olvidado (o eso creía él) sus ojos, esos grandes ojos negros que desde la primer mirada le cautivaron; ni siquiera se acerco, no se atrevía; su cuerpo comenzó a experimentar una cálida sensación, su pecho se exaltó, su corazón aceleró, el rubor en sus mejillas era evidente, sus manos sudaron y todo esto gracias al encuentro, a este inusitado y grato encuentro.
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